domingo, 18 de septiembre de 2011

INDEPENDENCIA DE CHILE

Antipatía entre criollos y españoles

Desde los inicios el siglo XIX (1800) y hasta mediados de 1808 en Chile nadie pensaba en cambiar el régimen político colonial imperante. Hasta esa fecha el reconocimiento a la autoridad del rey Fernando VII nunca estuvo en discusión.

Cuando se señalan las causas de la emancipación de los pueblos hispanoamericanos en general, siempre se dice que “las colonias son como frutas: caen cuando están maduras”. Lo anterior manifiesta abiertamente los deseos de independencia.

El origen de la emancipación es de carácter simple y profundo de entender. La estructura del proceso que la gestó es un fenómeno que venía actuando desde antes: el resquemor entre criollos y peninsulares, motivada por la diferenciación de los temperamentos y de los caracteres.

La población que se desprende del núcleo central, aunque permanezca unido por el cordón umbilical, tiende a diferenciarse y a tomar forma propia. El vínculo que lo continúa uniendo no es suficiente para contrarrestar las nuevas influencias que surgen como resultado de la separación.

Este proceso fue muy violento en las colonias hispanoamericanas. Las variantes regionales de la población española eran muy acentuadas: entre vascos y andaluces y entre castellanos y catalanes había más distancia que entre franceses y flamencos y que entre suizos y alemanes. América, en tanto, poseía la sangre indígena, aunque en corta proporción, circulaba por la casi totalidad de los criollos de la alta clase social, al despuntar el siglo XIX.

La influencia directa del clima y del suelo de América, especialmente en las regiones tropicales, a la larga tenía que modificar el temple y el carácter del español, aun no mediando el mestizaje. La flora, el aislamiento y los cambios trascendentales en todas las condiciones de la vida y del desarrollo social actuaron casi con tanta eficacia como los factores étnicos.

El odio entre españoles y criollos surgió con extraña fuerza desde inicios del siglo XVIII. Sin duda, como ocurre en todos los procesos históricos, su gestación venia de antiguo, pero sólo hacia esta fecha el temperamento y el carácter criollo tomaron la fuerza necesaria para producir el choque y sus alborotadoras manifestaciones exteriores.

Hacia el segundo tercio del siglo XVIII la antipatía había adquirido una intensidad que hoy resulta incomprensible ante el hecho de que españoles y criollos se unían fuertemente en los sentimientos de fidelidad y respeto al rey, pero se detestaban entre sí.

Al español le molesta la flojera, y la inconstancia del criollo y especialmente del oriundo de los medios tropicales. Lo siente un bastardo de su raza, un sinvergüenza e incapaz de algo concreto.
Por su parte, el criollo odia al peninsular por la tardanza intelectual, tacañería y principalmente extranjeros ordinarios e intrusos que acaparan la fortuna, los empleos y las más ricas herederas.

El español manifiesta su desprecio, y el criollo oculta su odio por orgullo. Al criollo le irrita todo lo que viene del español: su economía, sus maneras, su inhabilidad de jinete, su falta de destreza en las modalidades de la vida criolla y hasta su receptividad para las tercianas, la puna y demás males americanos.

De esa antipatía entre criollos y españoles surge el sentimiento de la revolución.

Al iniciar el siglo XIX, bastaba que un suceso circunstancial ocurriera para que surgiera el deseo de autonomía. Pero no sólo fue un suceso. Sin desearlos sus habitantes y sin percatarse de ellos, varios acontecimientos y situaciones ocurrieron y se encadenaron para que brotara nítidamente el germen independentista.

El descontento contra la administración colonial

Ya a comienzos de 1808 los chilenos más ilustrados venían señalando su descontento y expresaban muchas y cimentadas quejas contra la metrópoli española. Los temas que motivaban ese descontento, aparte de la antipatía entre los criollos y los españoles peninsulares, pueden resumirse en los siguientes:

De partida las ideas de la Ilustración, expresadas por los filósofos franceses: sus críticas de las instituciones sociales, políticas y religiosas contemporáneas, eran conocidas por los americanos, aunque no aceptadas sin previa discriminación. Pero este fermento intelectual no era un asunto que dividiera a los criollos de los españoles, ni era un ingrediente esencial de la independencia. A los lectores americanos a menudo les movía sólo la curiosidad intelectual; querían saber lo que pasaba en el mundo entero y daban la bienvenida a las ideas contemporáneas como instrumentos de reforma, no de destrucción.

La Ilustración destacó más a la luz de la Revolución Francesa y de la independencia de los Estados Unidos. De estos dos movimientos, el modelo francés fue el que menos atrajo a los hispanoamericanos. La destrucción de la monarquía y toda la violencia consiguiente no formaron una nueva imagen.

La influencia de los Estados Unidos fue benéfica y más duradera. En los años antes y después de 1810 la propia existencia de los Estados Unidos excitó la imaginación de los americanos, su libertad y republicanismo colocó un poderoso ejemplo ante sus ojos.

Por último, la expulsión de los jesuitas, que debilitó la influencia espiritual de la corona ejercida en ámbitos tan importantes como el educacional y el moral.

América hacia 1810

Conocida la situación de España en América, la reacción fue la de adoptar una posición contraria a los franceses, pero al mismo tiempo de crear juntas regionales de gobierno nue, imitando a las juntas provinciales formadas en la península, ejercieran el gobierno en las distintas regiones americanas en nombre de Fernando VII.

Los fundamentos jurídicos fueron los mismos empleados en España, pero ajustados a la realidad americana: en principio cuando el rey faltase o estuviese cautivo, señalaba la tradición, la soberanía retornaba al pueblo (principio de la soberanía popular avalado por la Ley Castellana de las Siete Partidas).

Los criollos estimaron, de acuerdo a este principio, que los cabildos, como representantes de la comunidad, podían convocar a asambleas representativas para la designación de juntas que ejerciesen el gobierno autónomo, asumiendo la plena soberanía, con autoridades propias e independientes de las organizadas en España. Estas juntas americanas debían gobernar como entidades autónomas en nombre de Fernando VII, defiendo sus legítimos derechos mientras durase el cautiverio.

El período inicial que marca el proceso de independencia (podríamos decir 1810-1812) no es netamente político, en el sentido que los criollos no accedieron al gobierno para conseguir la independencia sino para optar por las reformas administrativas y económicas adecuadas para mejorar sus beneficios. Sólo más tarde, cuando los españoles desconocieron esas reformas (de 1812 en adelante) se inició abiertamente el camino a la independencia.
Por lo tanto, los movimientos juntistas hacia 1810 tienen el carácter de reformistas, autonomistas y fidelistas. Su origen social es netamente aristocrático.

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